Durante los pasados quince años, el concepto de narcocultura
se ha convertido, sin querer, en un negocio para la industria del
entretenimiento. Un negocio que podría definirse con la popular
expresión “guácala, que rico”, por tratarse de un asunto esencialmente desagradable, pero aun así, digerible.
El uso, y en ocasiones abuso, del concepto de narcocultura en los medios ha caído en un extraño juego de hipocresía y doble estándar. Mientras se habla de legislar sobre los narcocorridos y se prohíbe de forma oficialista su transmisión en la radio comercial nacional, se cancelan presentaciones de artistas como El Komander – quien escribe e interpreta narcocorridos - y grupos con años de trayectoria como Los Tigres del Norte
reclaman que se limite su libertad de expresión, tenemos series de
televisión que presentan la vida del narcotraficante llena de riquezas,
emociones y pasión, haciendo que el “hacer una apología de la violencia” no se aplique cuando se trata de materiales que generan más ingresos.
La Reina del Sur, El Señor de los Cielos, Pablo Escobar,
son los títulos que se han transmitido en la televisión de paga desde
hace cosa de cinco años. Aunque no son producciones realizadas por
empresas mexicanas o con capital nacional, se transmiten en nuestro país
sin que se les trate con la misma dureza con que se trata a los músicos
que hablan sobre el mismo tema a través del lenguaje musical.
Estos
proyectos son tan populares que el desperdiciar la oportunidad de
generar ingresos por venta de espacios publicitarios durante su
transmisión, está fuera de discusión. Empresas como Telemundo, que produjo La Reina del Sur, se dieron cuenta de que la narcocultura
vende, que la gente en cierto modo envidia la vida que se dan los
narcotraficantes, o cuando menos, la idealización que nos hemos hecho de
ella y que puede estar interesada en conocer cómo es la vida de estos
nuevos héroes, a quien los medios han puesto al nivel de superestrellas
casi tanto como los han satanizado.
Fuera de limitar la libertad de expresión de nadie, el asunto aquí es hacerse responsables de los contenidos. La narcocultura
tiene como base un movimiento que, en su verdadera esencia, es el
negocio de la muerte. El narco mata de forma directa – con sus ajustes
de cuentas, sus encuentros con la policía – y de forma indirecta con el
poner en las calles productos cuyo abuso y mal uso puede costar vidas.
Aquellos que han decidido usar esta cultura dentro de la industria del
entretenimiento, deberían retratar esto junto a su versión más glamorosa
del tema, tan solo para darle a su público la información necesaria
para poder formarse su propio criterio.
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