domingo, 13 de julio de 2014

Lo mejor de la semana / Columna : Manufactura barata en oferta

Por Eduardo Cárdenas Garay

A diferencia de muchos otros que acá postulan su conocimiento y entendimiento ante cualquier situación, me presento aquí, suponiendo que no a todos les atrae este circulo de la poesía, porque en definitiva, yo como"poeta"  digo que no sirve de nada eso, lo de la poesía. Digo que no sirve, por hechos y razones, por costumbre y a veces porque en realidad no sirve como tal. Las personas están acostumbradas al ramo de rosas, al paseo por la plaza comercial o el parque, hoy día ya es muy común eso del café, eso de hablar bonito, o eso de echar el verbo. Pero puedes decirme, te sirve la poesía? No la de Benedetti, no la de Cortázar, no la de Girondo ni la de Paz, tampoco la de García Márquez, sino esa que se habla en pocas bocas, la que no sale de la habitación del que escribe, de la soledad que concurre, del recuerdo que no deja existir al de las letras. A esos me refiero, a ellos y a mí, que por lo menos, de pendejadas me sobra la boca.
Pero de igual manera creo que alternar las pensamientos que tienen unos y los otros, no sólo como columnistas, reporteros, directores, políticos, sino directamente como esencia de persona, se embellece hasta el coño más sucio. No dudo que poetas hay y sobran, que calidad de poesías salen día con día y que un par de estúpidos creídos quieren darse a notar o hacerse interesantes mediante el círculo más jodido, que al menos yo conozco.
- Hace ya unos cuantos días me di a la oportunidad de salir, digo, siempre he tenido esa oportunidad, pero vaya que es importante redactar que en especial, y con gran percepción, me refiero a esto.

Fuegos que no se apagan con todo el aire.

La miré.
Hice lo que cualquiera haría al mirarla: voltee la cabeza, me fije en el suelo, para ver nada –aunque fue estúpido- y vi como mis pies se movían en sintonía. Usé un ojo para verla sin que supiera –supongo- y notaba que me veía, no sé qué, no sé por qué, y no entendía. Alzaba la cabeza para ver algo que ni llamaba mi atención, la nada, y recaía en las ganas de verle de frente: sonriendo, diciéndonos estupideces que regularmente decimos, para insultarnos, para besarnos las mejillas suave y lentamente, para no hacer tan corto el tiempo.
Miramos, escuchamos, percibimos la nada. Y está bien. Nos damos a la tarea de comentar lo que, suponemos, a nadie le importa. Volteamos a ver lo que alguien hacía, para distraernos, para reírnos, para ocasionar algo en lo que no se hacía monótono, sino una novedad en cada segundo que permanecíamos estáticos con nada. Y con nosotros.

“Veía a menos de 5 centímetros la línea que remarca la expresión de cualquier sentimiento, la leve curva que hace pronunciada su mirada y luego la hace poco menos brutal. Daba cuenta de su color en cada uno de los dos que tiene, las ondas que se forman en cada uno con el brillo y destello que daba la luz a ellos, pero seguramente pienso, que ellos daban ese brillo y ese destello a la luz. La terminación que tienen, haciendo un filo de noches que no le terminan y otras que no le duran, de las tardes que le suplican y de las otras que no la encuentran.
Miraba despacio cada grieta que tiene perfectamente marcada en el superior  y en el inferior, que son los que provocan taquicardias cuando te tocan, que en un momento dado lo supe, que te entregan el cielo en las manos de una manera tan sencilla y te vuelan a quererlos tocar una vez más hasta que se haga una vez más, cada dos segundos.”

Me besó.
Me caí, me fui derecho donde la muerte me espera, sin saber tiempo ni lugar; una secuencia de síntomas, de colores, de canciones, de todo que se hacía nada y luego otra cosa me llevaba a una que desconocía y me olvidaba de ésa, para volver a recordarla cuantas veces fuera necesario.
La besé, me besó.
Y –al menos lo hice- quebré lo que no podía quebrarse sin tocar nada, y lo hizo así conmigo.
Me callé. Me maté. Me fui a su sonrisa (como siempre)
Colapsé en trescientas pinturas que me hablaban de algo que no conocía y me enseñó cómo es que se hace eso del saber, eso de perderse.
No se cansa y no me canso ni me callo ni se calla.
Desde ahí, me hice a la idea de pensarle. Pensarla. Pensarnos. Todo el tiempo.

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