Me
topé con una conocida que hacía años no veía, somos contemporáneas y
nos conocemos un poco las heridas, ella es ese tipo de mujer que aunque
ande enfundada en un costal de café y un lazo al mero estilo franciscano
levantara la mirada de los caballeros que la rodean, ninguno puede
evitar voltear a verla, se encuentre solo o acompañado.
Nina
es inteligente y de fácil trato, el inconveniente y por lo cual
confieso abiertamente que le huyo es ese “olor a soledad” que siempre la
ha acompañado (irónico) aparte de una risa casi demente que me eriza
la piel. Y cuando digo olor a soledad es literal, agarrándome de las
metáforas para ser más explícita, huele a esa humedad rancia que hay en
las alcobas vacías y viejas de las casonas del siglo pasado, o a
cachanilla del desierto, esas plantas rodadoras, que por lo regular
pasan en el momento más lúgubre de una película del viejo oeste.
Su
cercanía es fría, aunque ella, su imagen no es ni cercanamente oscura
ni misteriosa, más bien la lees rápido es como una tarjeta con mensajes
positivos y carita “smile” de esas que se vendían en los 80´s y te
regalaban cuando enfermabas, que al abrirlas emitían una canción cursi,
melosa y choteada.
Así
es Nina, siempre tiene novios pero nunca la acompañan en su andar por
la vida, sé que tiene hijos, los cuales escasamente vi a su lado un par
de veces, la soledad que traspira disfrazada de independencia es
latente, me pone triste, a pesar de que me platica de sus planes, sus
logros, sus sueños, sus ojos ahora más caídos, están velados por una
bruma desolada, que vuelven sus palabras esquirlas de hielo, me hacen
querer correr al mar para quitarme ese desazón.
Envuelta
en “Miss Dior”, con el cabello muy lacio y lánguido, con cara de rasgos
suaves, silueta sutilmente delineada y piel de durazno que empieza a
secarse, me sorprende verla y sentir como toda ella pide a gritos
desesperados un abrazo, un momento, una cobija, es la misma sensación
que tuve de ella al conocerla. Involuntariamente doy un paso hacia
atrás, por experiencia contada sé que es difícil sacarla de tu vida una
vez que le das entrada, su risa esa risa que me petrifica y me eriza la
piel se hace presente cuando me cuenta cómo es que su último compañero
se fue de su vida, eso hace que quiera aventarme del elevador, pero es
imposible.
Sale
de prisa aludiendo que va a buscar trabajo, (brinca de casa en casa de
labor en labor) y la veo partir despacio, cuento 1,2,3 y empieza el
ritual de cuellos luxados, como fichas de dominó hombre, tras hombre la
escanean despacio, y de inmediato regresan a su labor metiéndose en sí
mismos como si alguien los descubriera y reprendiera por haberla visto.
Ella voltea discreta y la comisura de sus ojos parece que caen un poco más.
Azúl Mayán
@AZULMAYAN
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