Crecí
entre mudanza y mudanza con mudanseros y chalanes , nos cambiábamos de
casa como el año de estaciones, además de que es el oficio de la
familia y el castigo de todo aquel que no quisiera estudiar, lo mandaban
a “chalanear”. Al llegar a la casa familiar la de la abuela, las
camionetas de mis tíos eran “castillos de colores” la defensa al bufar
el dragón que resguardaba el reino y las redilas murallas dónde mis
aventuras viajaban y se escondían. Era una delicia escalar cómo podía
desde el suelo y llegar triunfante al primer piso de la camioneta, de
ahí preparar el segundo piso para “dormir” después de brincotear hasta
acabar con la paciencia de mi abuela y obligarme a bajar.
Las
camionetas se me antojaban de tamaños indescriptibles, cabían tantos
mundos, tantas historias, tantos personajes, cargaban casas completas y
descargaban una vida nueva, un nuevo comienzo, una fuga, un descanso,
otra vida…
Al
estacionarse en la casa de mi abuela, ya vacías, con el olor a grasa, a
polvo, a sudor, después de barrerlas y darles su “chaineada” eran mi
refugio favorito, obvio, esas camionetas eran manejadas por los míos,
por mis hombres favoritos, mis ogros guardianes, los soldados de la
casa, los que nos cuidaban, los que nos profesaban un amor filial casi
de padre a hija, esos hombres grandes de estatura de cuerpo robusto, de
manos y hablar rudo, que llegaban hambrientos arrasando con todo lo que
había en la cocina, las mujeres de la casa “sus mujeres” preparaban
desde en la mañana cantidades de proteína que me volvieron casi
vegetariana, las aguas de fruta fresca se hacían en la “lavadora” para
que alcanzara, entre mudanseros y chalanes nunca se acababa de cocinar,
si iba a la casa de la abu, el olor a carne asada invadía haciéndome
correr a la casa de la tía, dónde el pescado frito me obligaba a salir
corriendo al patio si es que no me pescaban y me pedían fuera a la
tienda por las tortillas, o más pan molido, o la masa para el atole de
la noche.
Salían
a trabajar bien temprano, todos oloroso a colonia, brillantina o gel,
era como una ceremonia, el tío el volante y los demás cargando sogas,
tablas, y botes con herramientas, los recuerdo en jeans y playeras
blancas de algodón, desconozco como lograban estar blancas siempre, ya
que en la noche cuando regresaban eran grises cuando bien les iba, sin
embargo todos los días al amanecer estaban relucientes y muy blancas,
hoy esta mujer no logra igualar ese nivel de blancura en ninguna prenda
interior o exterior que tenga la desgracia de caer en mis manos,
secretos de amas de casa supongo.
Al
regresar los chalanes, mis primos y algunos adjudicados culturales que
habitaban la casa se ponían guapos redoblando el olor matutino, el cual
era peor que la carne asada y el pescado frito juntos, dejándome casi
desmayada como flor marchita a su paso por su exagerado acicale, los
zapatos negros deslumbraban así como los calcetines blancos moda
espantosa de los 80´s, jeans y playera con logo de algún grupo de metal
eran su uniforme para ver a la novia. Todos como soldados regresaban
antes de las 9:00 pm el que no se quedaba afuera, así que 8:50 ya
estaban tirados viendo la tele con los ojos a medio cerrar.
Llegaba
la mamá por mí y me despedía rapidito dejando el mundo de los viajes,
de la carga y la descarga, de la disciplina y el trabajo rudo.
Cargar y descargar, una vida nueva, un nuevo comienzo, una fuga, un descanso, otra vida… la metáfora de mi vida.
@AZULMAYAN
Azúl Mayán.
0 comentarios:
Publicar un comentario